¿Para qué sirven las leyes si su fin no es hacer Justicia? La respuesta es obvia, beneficiar a unos perjudicando a otros.
Tantas leyes encontramos en importantes enciclopedias, llenas de sabiduría, anhelantes de reconocimiento y aplausos, vestidas de vanidad, loadas por esbirros, mantenidas por interés. Son tantas que forman una imagen gordiana de prisión para la indefensa Justicia.
Dirán que sin las leyes, el mundo sería un caos. Tienen razón.
Exclamarán que no es lícito infringirlas. Tienen razón, pero en este caso la ley protege a la ley, no a la justicia.
Justificarán que el sistema tiene errores, pero es perfectible. Tienen razón.
Son volúmenes y volúmenes que justifican lo injustificable, hermosos libros de tapa dura y hojas de oro que no valen nada porque no cumplen su fin.
Y en medio del torbellino de verdades y falsedades, de intereses mezquinos y utopías, nace una acordada que sujeta las riendas de jueces y abogados. Una acordada que desacelera el galope de los caballos desbocados de impunidad, un alto momentáneo a la violación de la Justicia.
Acordada Nro. 709 le llaman. Pobre. Es demasiado linda para dejarla inmaculada. Pronto será ultrajada.
Eso nos recuerda ese artículo que no figura en ningún libro de texto, el artículo cero. Cero porque está antes que nada, incluso antes que ningún numero uno. Antes que ningún número uno. Antes que ninguno. Es el artículo más importante, primero que todas las bellas y rebuscadas palabras que fingen igualdad, está en el espíritu y ningún hombre puede corromperlo: "La Justicia por encima de la Ley".
Los hombres que aplican la ley parecen haberlo olvidado. Y los que se valen de ella, se niegan a reconocerlo.
¿Para qué sirven las leyes si su fin no es hacer Justicia? La respuesta es obvia, beneficiar a unos perjudicando a otros.
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